Gira y gira el mundo y sus desdichas, sus glorias y miserias, y
mientras tanto en la ciudad se separan y se juntan las almas de los hombres,
los motores escupen sus venenos, las flores muestran sus colores, vuelven los
zorzales y el enigmático colibrí… la primavera llega y promete no mucho más de
lo que puede: armonía en un mundo caído, color en un mundo que se ahoga en su
descarrilado estertor consumista.
La noche del sábado… las chicas
lastimadas, las calles desiertas, la maldita policía, bondis que no llegan, el
reloj que continúa, el miedo a morir un día cualquiera –todos murieron un día
cualquiera-, a morir solo –todos murieron solos-, a morir al fin –todos
morimos-… sin embargo el domingo promete el amor, el antiguo amor de nido, el
fuego, y nada es más real que “comer y beber con la mujer que se ama”. Y habrá
cine, y postres, y esas pequeñas delicias que sostienen el mundo tambaleante.
Volveremos, pero no habrá nieves. Sí, tal vez, cielos dorados, y
arderán seguramente los leños, y será el silencio. El silencio que todo lo
cura.
Antes del regreso, una entrada -¿final?-… el enigma de toda vida:
el
tiempo del final.