No me digan que no existen las criaturas invisibles. Ni que pueden
vivir
–¿muertas?- koboltizadas en el cuerpo plástico de una muñeca antigua, en
sus flores, en su largo cabello negro, en sus largas uñas rojas, en sus labios
morados. Sí, el camino es hermoso, Nono, Mina Clavero, cielo y silencio. Pero
el museo… bueno, lo más parecido al enloquecido pensamiento de un cerebro… de
cualquier cerebro. Un cerebro enloquecido en medio de la nada… y ¡la muñeca del
espanto!... ¡tamaño natural!... ¡ya viene!
Abrí estas fotos unas noches atrás, y me encontré con ella. Algo sexual
encierra, algo perverso y atractivo. Una muñeca gore, o peor aún: dominatrix
& gore. Sangre derramada y placer. Una espiral descendente... horas más tarde de ver sus fotos algo se me trepó en la
espalda y me mordió el cuello, y explotaron algunas lamparitas, y se cortó
la luz, y…
Luego el río, el puente vacío, dos noches enteras y los cactus y el sol cayendo y cayendo
hacia la otra mitad del mundo, volviendo todo color rosa.