El 12 fue día de estreno. Visor directo, nueva caja atrapa luz, dicha, San
Martín, las tres peladas en la vidriera multicolor, Ballester, el poli como un
ciervo, Munro, las chicas en un baño de sol –sunbeam, Kurt- conurbano… ¿prohibido
pintar?... ¡no!, digo: ¡sí, pintar!, avenida Maipú y las sombras, siempre la
estrella y las sombras todo alrededor.
Un juego de cuerdas movilizó el día 16 –invierno aún- mi menguante humanidad.
Caseros, Santos Lugares, Betty Boop, Belgrano, los putos que se morfan a sí
mismos, Villa Devoto, Villa Pueyrredón, calor, Villa Lynch
–estuvo hasta David
Lynch entronizado en la pared- high key, mañana, doce cuerdas, Chacarita, fin del invierno, the Beatles
y una monja en el espejo.
El 21, día de la primavera, caminata desde casa hasta Bolivia en
Liniers. La flor del pájaro, el fantasma y ¡mis cumpleaños escrachados en el muro! (¿que hacía yo ese día?... ¿qué sucedió todo ese año?... ¿quién o qué o quienes o porqué?)… la gay capilla rosa y la mosca a punto de caer en la trampa.
Ah!, y un sonriente suicida primaveral.
Luego todo se diluye, porque el 27 la puerta-simulacro se emparenta con
los vitraux del santuario, que no se abren pero muestran lo que sucedió hace dos mil años, y el 30 duermen dos
gatos sobre el techo del auto, y está a punto de llover, y el 5 alguien muestra el culo y el 6 –apenas ayer-,
la flor de la cala abriendo su coso porongoso al brillo solar… siete días, 168 horas y 56 imágenes que sucedieron entre el invierno y la prima-vera.
Y aún todo sigue ahí.
Carpe Diem.