El Negro y el Rubio curiosos en la foto mientras el Piedra se dora bajo el sol
de la vereda. Y el gato-ojos-amarillos-cara-de-culo fichando todo desde lo alto,
inalcanzable.
Luego, un micro hasta punta Pirámide, la ausencia de baños y de agua
potable, aunque primero ciento cincuenta mangos la entrada per cápita, y para
cuando te das cuenta, a mear entre los yuyos –mear como mínimo-. "Unga unga o la
muerte"… "ok, ¡basta! ¡la muerte!"
"Bien, pero… ¡primero unga unga!"
¿Y qué nos encontramos entre las extensas y maravillosas playas de
Península de Valdes?, ¿qué se nos pegó a las patas y al itinerario como un
férreo mal aliento?... ¡Otro perro!
El negro, lechón, palo en boca, amoroso como todo perro, kilómetros de
sonrisas desde la zona turística hasta la soledad absoluta.
Sin embargo estuvo bien, porque al final, y contra todo pronóstico, nos
escoltó hasta el micro de regreso, nos hizo un “chau” con el hocico, y se fue
caminando tranquilo y sin chistar, rumbo a su solitaria marea de perro
patagónico.
No dolió tanto este negro, no.