Me pregunto qué mundo hay dentro de ese mundo… rosado, tierno, vegetal.
Qué estrella brilla ahí en lo alto, cuáles son sus sombras, de qué colores
embrujados tiñe la superficie de todas las cosas. Porqué la sombra. Porqué no
infrarrojo. Porqué sólo en invierno.
Me pregunto si esta vida es la misma de hace treinta años, me pregunto donde están
todos, cuáles eran sus nombres, donde están si es que ya no están.
Aparecen caras en el manicomio, saberes, leyes, dogmas; aparecen gatos
que aparecen mientras Alicia espera. Aparecen ventanas, calles, palabras, ignorancias,
monstruos, condenas, el tren corriendo a ningún lado, los muertos vivos y los
muertos bien muertos… ¿tanto en una caminata de unos pocos kilómetros?, sí,
tanto, porque la ciudad es rica en metáforas –no es cierto que sólo las
antiguas metáforas sean las verdaderas… si yo acabo de descubrir una nueva:
ciudad…-
Podemos pasar a tomar un cafecito o empezar a comerla: libre albedrío.
Podemos intentar el escape aunque no se pueda. Probar otra vez antiguas formas
del olvido, aunque sepamos que no hay caso, que no tiene modo, que hay solo un
olvido y está fuera de nuestro alcance. O no, llega el olvido si queremos, pero
es irreversible, y ¿es lícito invocar a un olvido que es entramado esencial de
toda dicha y todo temor?... “buscar la muerte es buscar la nada, perder el
tiempo, correr tras el viento, la muerte es, viene, no se detiene, insoslayable
la muerte, inevitable, se calza sus luces sobre la cabeza y corre por la ruta,
te persigue, me persigue, a todos, no dice una palabra pero llega, todo y nada,
hola y chau, la muerte nunca se detiene, sólo apaga sus luces un ratito”…-
Vivir en el manicomio… si, es por acá. Sabemos vivir en el manicomio
porque crecimos en él, aprendimos de él, en él crecieron nuestros padres y
abuelos, en él amaron y guerrearon, en nuestro amado manicomio aprendimos el
significado de la neurosis y del miedo, del desencanto, de la soledad. Y del
amor. Nuestra primera leche-alimento: una leche esquizo. Dios vino al manicomio y los locos lo matamos. Tal vez Dios sea el Primer
Loco, el Loco Motor. Lloramos y reímos, caminamos y soñamos mientras recorremos
el manicomio, mientras somos testigos de él.
A veces yo quisiera irme de este manicomio, y lo sé: mi deseo será
satisfecho.
Ojalá no sea hoy (siempre es hoy)...