“Volver a Buenos Aires… no quiero volver a Buenos Aires”, dijo él, mientras
el micro dejaba atrás Chiloé, pero unos días más tarde ya salían a la calle,
cámara en mano, para fotografiar los vericuetos de la vida en la ciudad.
Lunes. Caminaron desde Caseros hasta Villa Bosch, todo derecho por la
calle Triunvirato… hacía calor y el sol aplastaba la voluntad como un fuego
mudo. Luego giraron en Conesa a la derecha y le dieron derecho más de treinta
cuadras, cruzaron Balbín, Conesa Se volvió Vicente López, y siguieron hasta
chocar con las vías del Mitre, estación Ballester.
Se metieron en una panadería que ya conocían y comieron sanguches de
miga, tomaron licuado de banana y jugo de naranja exprimido, leyeron el diario
del día anterior. Una hora más tarde salieron y, bordeando la vía, patearon
desde Ballester hasta Malaver, desde Malaver hasta San Andrés, y de San Andrés
hasta San Martín, en donde se subieron al 343-289 ramal Ramos Mejía.
Media hora más tarde estaban en la casa.
Y otra vez estaban en la gran ciudad.