Usted fíjese que arbitraria resulta una austera selección de tantísimos
ítems geográficos… pero una cosa es la imagen, otra el devenir -que tan bien
marca el reloj- , y otra estar ahí… el olor del aire, agua en bidón, el color virando al rojo, el
sol en la frente, las casuchas podridas en el tiempo, el traqueteo, pastizales, cielo
rosado, tormenta allá en el fondo del fondo de la raya, apenas visible -apoteósica-… peep show, los chicos de enfrente se toquetean, vacas, peep storm, pampa, cogollos... y se escapa también: llega
la noche y los otros ya son vecinos; suben más en San Antonio Oeste y rompen el
delicado equilibrio de la partida. Más tarde rastafaris queman faso, mucho mate amargo,
San Antonio de noche... como San Justo en los '70. SanJusto en navidad o en año nuevo... ¿seis?, ¿ocho?, ¿diez años?… pasamos, al fin, y sube la energía, hay corazón ahí, un pedazo de corazón quedó
en San Antonio Oeste. Un pedazo vital de corazón con textura de langostino y salsa de limón.
Y está la noche retozando en patas, come galletitas, lee un libro, sueña.
Siempre temprano amanece -y acá el asunto empieza con vías y sol y resulta en más sol pero con gatos y perros- en una casa entre los bosques, con montañas y picantes tacos, y largas botellas
de tinto… la palabra, la risa... y entonces la ducha, el espejo y la disolución momentánea tirado en un colchón.
Horas más tarde rueda un micro -¿otra vez?- y nosotros estamos en él, y llega la frontera, y pasa
la frontera, y llueve en la nube, verde, cian, verde, negro, amarillo y cian, caminos y
agua helada, la espesura, Kurtz.
Ya en la disposición de las antenas se manifiesta el ser chileno.
Cae la estrella, madera, llegamos, otro país, una casa, madera, otra gente, una mesa, domingo, persianas cerradas, queso y cerveza, empanadas.