Se abre una ventana y uno, de tan loco que anda, se escapa.
Raja porque enloquecen los horarios, enloquecen las palabras, enloquece
el ruido, el humo, el asfalto, la guita, el trabajo, las capas y más capas de
desinformación, y de información basura, puteríos y desvergüenzas. Enloquecen
las amenazas de una nueva guerra, de otra apocalíptica epidemia, el avance de la derecha, las balaceras
en la calle y en la cancha, lluvias y tormentas.
Entonces se abre una pequeña ventanita y… ¡chau!
Lo comprendí cuando apareció el Tres Picos a mi diestra, detrás de la
veloz ventanilla.
Más tarde también el fuego que armó mi chica… dicen –ella dice- que en
el pasado, ese ideal pasado en donde el macho era un tío lejano y nunca un
padre, ellas encendían las llamas… entonces todo giraba alrededor de las crías,
del amor total hacia las crías.
Pasaron milenios, el macho es padre, el lenguaje está en masculino, la
virgen es patrona y Dios es “El”… pero ese fuego que ella encendió no se parecía
a nada de lo anterior –que es el ahora-... ese era un fuego primitivo, revulsivo,
entregado y ancestral.
Ya no parimos crías sino entes de consumo. Lo saben las nubes, los
plumeros, las abejas y los perros. Lo sabe la montaña, el vino y la masa que se
eleva. Y los pájaros, como bien dijo San Francisco, siguen en plan orgullo… ¡no
podés pararte a chillar en la cabeza de la virgen!
Cuando me convencí del todo y empecé realmente a ser feliz, ya estaba en el micro de vuelta, y al
rato, en Liniers.
Como si nada hubiera pasado, como si no existieran otros sitios, como si la realidad viviera, para siempre, ahogada y reptante entre las grises calles de esta puta y entrañable ciudad.