La unión de las palabras en las imágenes: “La familia-se perdió-no
funciona-busco a Chopan-grita fuerte-pasando vergüenza-¡riing!¡riiing!-Dios,
patria y familia-en este día y cada día-se libre-vida es amanecer-fin del
mundo-y no me importa nada porque no quiero nada-yuta asesina-…
Las últimas palabras son de un Cristo grafiteado, coronado de espinas,
silenciado, seguramente, por el plomo policial… ¿acaso al pobre Jesús, al
original y único, no lo silenció el violento aparato policial romano?... ¡a
pedido del Sanedrín!, grita mi germanófilo vecino mientras retrasa otro
archileído párrafo de “mi lucha”… y sí, a pedido de. Y hay que agradecerles! –a
los judíos- (el que quiera oír que oiga)
En el pequeño restaurante intentamos ir al baño. Pero algo invisible,
una pared elemental creada a fuerza de antiguas suciedades, nos impidió el
paso.
3862… 3813… y el sol del atardecer haciendo eso que tan hermoso sabe
hacer: teñirlo todo de magia… existe la magia, sí, no me condenen. Observen
cómo la materia viva del jardín se perpetúa a sí misma. Lo mismo pasa en el cielo,
y en el universo todo. Un científico amigo, prometeico, lo llama “autopoiesis”…
yo lo llamo simple magia.
Me planté frente a la casa para hacer la toma de la herradura y el V8.
Entonces el tipo apareció en la ventana y me gritó –“che, qué sacás fotos?”; yo
le contesto sonriendo: -“le saco a la herradura y al V8, que mata”, el tipo me
sonríe y me dice –“meta nomás”… metalero el tipo, y pisaba los sesenta (esas
cosas que dan ganas de seguir viviendo)
Ese santo –San Pedro- ya ha logrado que le haga tantas fotos… pobre
hechura de hierro y argamasa tras el vidrio, condenada está a la mano
suspendida, a la mirada vidriosa, a la rígida mudez de yeso y pigmento coloreado…
Y bueno, se perdió… ¿habrá vuelto? ¿lo robaron? ¿estará vivo? ¿será
feliz?... es lo que pasa cuando lo vivo desaparece sin dejar rastro: sólo hay
preguntas… como quedarse en el quinto con séptima por toda la eternidad.
Los muertos me observan pasar, encuadrar, disparar, seguir mi camino.
Los muertos que, como yo, eran y ya no son. Los muertos son mi futuro.
Y hay que gritar, fuerte, riing, gong, splash, tacataca… gritar para
ser escuchado, gritar para ser atendido, levantar la voz. Sin embargo, cuando
no se tiene nada para decir ni defender (ojalá llegue el día en que no lo
tenga), se cierra la boca y sigue de largo. Y en silencio.
Me entran unas ganas enormes de abrir cabezas e introducir en ellas el
sermón de la montaña, como una especie de contracanto, una melodía paralela, la
pirámide que debe, siempre, mirar al oeste para cambiarlo todo. El mundo
mirando al oeste, el amor como religión, el no-juicio, la aceptación del pecado,
la dicha a los pies del Único bueno.
Sin embargo, para algunos, el asunto viene por el lado de Dios, patria
y familia. Seguramente son los que espían, fierro en mano, a que llegue el
ladrón.
En este día y cada día sucede que la vida está ahí, acá, allá… donde
sea. La vida es un gol, el tipito rojo mostrando su miembro, la libertad del
estudio Broka estropeando –complejizando- el mandato del grafitti, la niña extraterrestre
amasando las mandíbulas del temido depredador. El amanecer y el fin del mundo.
Dos paredes, el principio y el final. Dos paredes, humanos, cal, cemento y
aerosol. La vida es (¡que feliz se ve la señora pedaleando frente a la
maravillosa Santa Rita!)… la vida es, no fue ni será. Y de eso, desde luego, no
hay dudas.