“Toda vida los es”, afirma el venerable indio, fumón y solitario, “la
vida dura un solo día, la vida es sólo presente, y el presente es ahora”
En fin, el viejo apaga la pipa, mira a su enredado discípulo y sueña
con la soledad de la enramada, justo donde empieza el desaforado desierto.
Y así todos: la soledad es un caldo que sirve para cocinar cualquier
comida. Amar la soledad, la bella soledad, la solitaria soledad, fría,
explosiva, sensual, irremediable soledad, es condición excluyente para la
libertad… ¿y para qué sirve la libertad?
La Gata Gatita te lo explica, unos pocos mangos mediante. Te lo
explican los aguiluchos que sobrevuelan esos descomunales silos verticales
frente al mar. Te lo explican los amables chilenos que abandonan sus tareas cotidianas sólo para acompañarte a tu destino turístico. Te lo explican los Hermanos
Gonzalez antes de trepar al peligroso columpio. Te lo explica Ripley, obligada
a abrir un shopping en el sur del mundo sólo por perder su licencia de vuelo. Te lo explican los pollitos, los perros
atropellados, las putas del show privado, el cielo gris y los palafitos… y si
bien todos sabemos –bueno, no todos- que no hay explicación, todo queda
explicado bajo ese “tu vida fue breve”…
¿Quién eras, breve niño chilote, donde y cuando te atrapó la estricta
parca inspirando ese llorado epitafio que, como todos los epitafios, enseñan
más que toda la basura que nos enseñan en la escuela?