Un día cualquiera en la hora del crepúsculo, un tren rodando sobre la
superficie de un planeta, una periferia galáctica, una espiral perdida entre
eones de espacio tiempo. Globos de fuego, azufres encendidos, reacción
termonuclear, hidrógeno, helio, dos por uno… la estrella se vuelve pesada y se colapsa mientras su brillo corre hacia el rojo. Una legión de salamandras,
esos míticos seres de viento y fuego, parten a caballo de los rayos cósmicos y montan las espaldas de los felizmente promiscuos,
esos que suelen vibrar justo en el borde de todos los bordes imaginables… ¿Cuántos
colores, cuántos géneros, cuantas preguntas hay para cada respuesta?
El cielo siempre. El cielo-ventanal, infinito, multicolor, pansexual, la nada y el todo y la absoluta imposibilidad de aprehenderlo.