Me desperté seis treinta con el reloj chillando como chilla los martes
a las seis treinta. Baño, guitarra, mi chica en la ducha, mates, amanece, enciendo
la radio: “la corrupción es endémica en este gobierno, que es como el anterior
pero con buenos modales”… “la mafia me persigue, me quieren matar”… “otra rata a
juicio oral”… “novecientos mangos el libro de Vicky”… “la pulga factura
millones y evade millones también”… “amenaza de bomba en tres colegios”… y: “hoy es el último día del invierno, el último
día frío, el último día de viento helado, de furiosos chubascos, hoy es la
última lluvia”…
Mi chica rajó a las ocho, y treinta minutos más tarde ya estaba yo patitas
en la calle, borceguíes en los pies, doble medias, polera hasta las orejas, bufanda triple rosca,
guantes de cuero y sobretodo full size.
Y cámara de fotos… me dije: “no me importa que explote el mundo, no me
importa nada de nada y no me voy a perder el último frío del invierno sólo porque llueve a baldes y sopla un viento de mil demonios”
Y arranqué “la peregrinación” (el mundo revela sus secretos a la
velocidad de los pies, dijo Werner Herzog): Mitre, Cafferatta, Mitre otra vez, Directorio,
Alvear, Colectora de Gral Paz, Lope de Vega, Asunción, Segurola, Ramón Falcón,
Liniers… barrio Boliviano y sus riquezas culinarias.
Cuatro horas de ininterrumpida caminata bajo la garúa porteña, más de
ciento treinta cuadras pateadas con el viento revoloteando cual cuchillas de
acero todo alrededor.
Chau invierno, hola invierno, chau tigre, hola tigre.
Nada se mueve, nada se detiene.
Luego, el 343, el 123, casa, una comida caliente, una ducha hirviente,
pantuflas, mates y fotografías que atestiguan todo el asunto.
Y afuera insiste el invierno, aunque la radio y sus secuaces ya lo condenaron a muerte.
RIP