No volvemos más. Ni a los ’90, ni a los ’80, ni a los veinte años, ni
al primer amor ni al primer beso ni al primer desengaño. No se vuelve a ningún
lado, en realidad… cada puesta de sol es distinta que la puesta anterior, la
belleza no se clona; y si se clona es en la mental etiqueta, en la palabrería
absurda, en el escape verboso y siempre agotador. En especial para el que escucha.
“¡Que mañana más bella!”, dijo el amigo al viejo Lao Tsé mientras asomaba
la estrella. Y el viejo contestó: “Por favor, ya no vengas. Hablás demasiado…
¿hay alguna necesidad de decir que la mañana es bella?, ¡ya sé que lo es!,
¡puedo verla!... así que desde mañana ya no vengas, ya no me acompañes en las
caminatas mañaneras, no hay necesidad de hablar tanto”
Quiero decir: esa mañana fue bella. Una mañana con plan de escalada y
destino de borceguí. Pero también fue única. Única como todas las mañanas, como
ésta mañana en que esto, único, escribo.