Hubo algo en
la luz. Un brillo, un ángulo de incidencia, una especie de difracción por el
cielo y por los pedregullos del piso. Y el sol como un latigazo desentonando
con la fría brisa entre las sombras, y los cuarenta grados bajo el férreo rigor
del mediodía. Somos infinitos, sí, y el infinito también es poca cosa… porque
en Madryn hay plazas que imploran por perros cagadores, hay sirenas con gruesos
bigotes, robots-cabeza-de-soldador marchando bajo las estrellas, hombres-granada
a punto de volar sus atormentadas cabezas… y rojas manos gigantescas, y
sinceridad: la sinceridad bajo la sombra del fotógrafo achicharrándose bajo el
lucero (que a su vez gira y gira arrastrando su séquito entre otros luceros que
a su vez giran y giran arrastrando su séquito entre otros luceros que a su
vez giran y giran y arrastran…)
Sí, es cierto:
a Leonela no le importa nada de esto porque hace ya cinco años que no está.
Están los ET, todo el tiempo, en las paredes, en los carteles, frente al mar,
en la restinga y en las arenas infinitas. Llegaron -¿no se dieron cuenta? ¡el
10 de diciembre!- y son tan malos como en "Marte Ataca", sólo que éstos
extraterrestres, nuestros extraterrestres, matan negros, putos, pobres, perros,
travas y manyines… echan trabajadores a la calle, reprimen con el brazo armado
de la policía, mienten descaradamente, compran periodistas, se subvencionan con
el dinero de la droga, de la trata y del FMI… aún no entran en el negocio de la
guerra, pero ya llega el Extraterrestre Nº1, que es negro pero es un negro traidor, y…, bueno, para algo viene ¿no?
Pero hay que
seguir. Esa tarde en Madryn ella se fue al museo y yo a caminar por ahí. Me
crucé con todo esto y ya se veían las oscuras nubes de la tormenta que hoy está
sobre nuestras cabezas, y que amenaza con empeorar más y más y más.
¿Qué puedo
decir? ¿Qué puedo pensar?
Todo es por
algo. Tal vez necesitábamos volver a sentir el rigor, el palazo en el lomo, la
bala de goma volando el ojo o clavando su roja aureola entre las tetas que
amamantan. Todo es por algo. No debo olvidar: el mundo ya era un caos cuando
nací, y lo será (¿multiplicado?) cuando me vaya (¿habrá un mundo cuando me vaya
o el mundo se irá conmigo, con vos, con ella, con todos?)
El asunto es
que a las gaviotas les chupa un ala todo esto que, catárticamente, escribo. Y al pobre hijo muerto. Tampoco a los perros ni a las putas Barbies acumuladas en la playa, esas
plásticas muñecas de mierda que durarán bajo la tierra mucho más que esta era
de la más puta civilización. Si es que hay otra era, claro.
La verdad es
ésta: sigo firme en esta mierda aunque me esté matando. Firme, igual que vos y que
ella, igual que el desconocido y poético amigo madrynense. Y... ¿llegan los ET?,
bueno, que se apuren, porque cuesta volar alto en esta cloaca consumista, pero nuestro destino es volar, eso está claro, elevarnos sobre la mera acumulación, sobre los miedos y
sobre la irrealidad de los sentidos… volar, alto, muy alto. Tan rápido y tan
alto como mil millones de neutrinos, volar entre miríadas de quarks y de galaxias, elevarnos: hasta volvernos luz.
Así sea.