Los bichos en las flores y todo alrededor y el aire picante en los
pulmones. Los pinos extranjeros expulsan a las aves, y éstas escapan y se
refugian en la realidad multicolor del pastizal originario, primitivo,
precolombino.
Vuelan los caranchos entre calandrias tiránicas que persiguen
insistentes su muda huella invisible. Luego va cayendo el sol, o llueve, o
amanece lleno de tierra y vieno, y todo regresa, menos esas bellas vaquitas que
destinadas al matadero están –dicen que Dios prepara un Gran Asado para sus
escogidos, con carnes selectas y vinos escogidos… ¿sera?-
Y el hospicio. Y el chimango cabizbajo esperando la nada misma.
Cuanta tristeza.