Abro los ojos. La luz en la ventana es la de las diez de la mañana.
Ancud, Chiloé. Cielo azul, el techo de las casas, asfalto, humo en las
chimeneas, sol… una lejana tormenta eternamente suspendida por encima del
horizonte. Montañas. Luego, las tostadas, pan de pita, queso, manteca, yogurth
de papaya, mate amargo. Hora y media más tarde se gana la calle y la luz se
derrama por todo alrededor… hay tanto para mirar, para atrapar, para detener en
el tiempo.
Indiscutiblemente son las flores las protagonistas. Las flores y los medidores
de luz, las flores y los tapiales, las flores y los perros, el viento, la
lluvia. Luego, las miradas detrás de las ventanas. Las historias detrás del
vidrio, ojos minúsculos, pequeños bracitos y sonrisas. Los mundos diminutos de
la Isla de Chiloé casa tras casa, relatando mundos pesqueros, mundos privados.
Y el color… ¿quién, divertido, salió sonriente a pintar y repintar este
geométrico laberinto?, zaguanes verde esmeralda, cenefas rojo fuego, puertitas
amarillas, pomos azules y rejas naranja. La hierba lisérgica perenne como la
distancia y pistilos a punto de estallar. Y gira el cielo y la estrella y la
luz mutante deja los azules y corre hacia el rojo, igual que las lejanas
galaxias que huyen.
El gato me observa detrás de su atemporalidad-coraza, detrás del tiempo
y de cualquier posible disquisición acerca de él. No hay fluir en este gato, no
hay delante ni detrás, no hay río que valga. Yo paso y me detengo a disparar,
luego observo, saludo y me voy. El gato está ahí, pero no hay nada. Un Gato en el basurero y un pobre
ser humano que pasa rumbo a su casa de eternidad, que es el olvido -o eso dicen-...
Islas a lo lejos. Puedo imaginar antiguos y retirados pobladores amasando
pan con manos pobladas de cayos. Manos abriendo hoyos, cociendo curanto, sirviendo vino, cerrando
empanadas. Empanadas de que so y mariscos. Casas de madera, cruces y velas encendidas a lo
lejos, gaviotas y velámenes agitados por el viento, cuerdas y albatros.
Y las calles que me llevan a la costa… ¿vivir en una casa y en una
calle que, cincuenta metros más adelante, linda con el océano Pacífico?... “Vivo
en Calle Frei, entre Pudeto y el Océano Pacífico”
En fin: la escuela, siempre presente... la canchita de fútbol, siempre presente... gorriones, las últimas cercas
por arriba del infinito, el mundo Ancud al atardecer, antes del mercado y los
frutos del mar, antes del baño y la ducha caliente, antes que los bichos al vapor
y el alcohol despacito subiendo al bocho. Antes que el cine y el sueño.
Siempre lo mismo, el mismo llamado a la nostalgia: “esto está
hoy ahí, exactamente así, como yo en la imagen lo veo”
Si el espejo del agua rebota y viaja entonces pido una imagen, sólo
una imagen pido de ese verde chilote, una imagen especular de ese astringente olor a escama, de esa rubia cerveza de gradación elevada. De esas callecitas y de esas leyendas
brujas que todo lo tocan con sus magias todo pido. De los laberintos del agua todo alrededor y de las musas antiguas, pido.