Hay ratas, si, en toda gran ciudad las hay. Andan por las cloacas,
suben a los techos, recorren cables y palmeras, llegan hasta el río, anidan en
agujeros. Ratas gordas como gatos que se multiplican como cucarachas.
Y hay ratis, también.
Los ratis salen de sus cuevas a bordo de sus máquinas, portan armas,
llevan gorra, fuman, recorren las calles buscando sus huesos para roer, sus
pobres quesos, que son los chicos de clase baja, los negritos.
Detectan un negrito, lo encaran, le piden documentos, le declaran un
cuestionario, lo esposan, lo llevan, lo encierran. Tal vez lo golpeen, tal vez
lo metan en la parrilla.
Todo esto bajo nuestra europea mirada burguesa, cara pálida que no
precisa DNI.
Están, entonces, las ratas, los ratis y las paredes. Y en ellas, el
veneno para ratis, anónimos venenos, anarquistas venenos, coloreados venenos,
aerosoles venenos escrachados por manos anónimas que rezan: “muerte a la yuta”,
“basta de capitalismo”, “tenemos hambre”, “rompamos el asfalto y sembremos
nuestros propios alimentos”.
Lo cierto es que estas imágenes no son sólo de un día, ni siquiera de
una misma semana. Son de todo un mes, del 29 de abril al 27 de mayo. Están
hechas en Caseros, en Villa Devoto, en Liniers, en Monserrat, en Microcentro. Las
instancias son distintas, hoy inexplicables.
Y hay de todo: extraterrestres jugando a cazar vaquitas, una reunión
de palomas domingueras, sombras, gatos y estrellas, aliens, puteríos a
estampita, cantoras nórdicas mudas de pintura, el presidente-gato y el gato con
Eva, hay anarquistas escupidas, esvásticas republicanas y declaraciones
astronómicas de un viejo juicio por brujería… no, la tierra ni se mueve ni es
redonda.
Y sin embargo gira.
El mundo, nuestro mundo, adolece de una violencia milenaria. No se
puede cambiar el mundo por las armas, porque la historia del mundo es la historia
de ellas. No sabemos si Dios está vivo o si está muerto, pero sus palabras, las
de hace ya dos milenios atrás, nunca se han probado, puesto en práctica,
llevado a cabo.
Aún no llega el amor, amigos, y nos contentamos con tener a mano el
veneno para ratis.
“Algún día mereceremos no tener gobiernos”, dijo El Viejo.