Ya todos sabemos lo que cuesta remontar la vida los lunes. Embarcarse llenos de fe al irremediable comienzo laboral de la semana con una temperatura veraniega en el ya avanzado otoño y una humedad propia de baño turco le anula irremediablemente a cualquiera hasta las ganas de respirar, y como si fuera poco, estos nefastos días de partida, insípidos y llenos de reloj, conllevan la triste cualidad de exacerbar toda la alienante y deprimente catarata de pensamientos que tienden a la bíblica hormiga salomónica, a la fantasía oscura de los logros, a las tensiones paralizantes de las metas, a las imposibilidades -las posibilidades son para los días siguientes- de gozar lo que es, y hay más, porque más allá de las presiones sistémicas capitalistas, siempre están presentes las enfermedades posibles, las represiones-compañeras-eternas, los ahogos plenos de miedo e impiedad por uno mismo, la posible pobreza y/o indigencia y, finalmente, el fin, el sobretodo de madera dos metros bajo tierra: la muerte. Al final la base de todos los miedos siempre es la muerte... como para poder sonreír, los lunes.
En este contexto y despreciando las obligaciones -estudiar para la facu- decidí escaparme, cámara en mano, por los caminos aleatorios de la ciudad, con Stereolab en el mp3 y con la única meta de regresar para cenar con mi chica e irme a dormir.
Partí a las 14 hs desde la puerta de casa, el itinerario fué el de Mitre derechito unas quince cuadras, luego giro a la izquierda atravesando Villa Pineral hasta Alvear y Mitre; después General Paz cruzando en el puente de Beiro y pateando por Irigoyen hasta el ECEA -mi antigua y reprimente escuela secundaria-, y desde allí Pedro Lozano derechito hasta Chivilcoy para doblar a la derecha hasta Jonte y subir al 53 rumbo a Caseros, bajando en Alzaga y Moreno y pateando dos cuadras hasta la puerta de casa.
Conclusión: la mitad de la caminata me la pasé suspirando -y dejando escapar algún que otro lagrimón- por el recuerdo de las montañas nevadas del norte argentino, por la costa de Mar del Plata y la sal marina en el aire, por el silencio del campo y el canto de las torcazas en la hora de la siesta, por la plateada soledad lunar sin humanos a la vista... por eso afirmo: imposible escapar de los lunes para lograr sentirse feliz, aunque se hagan fotos, se chille o se patalee. Y esto es, también, un condicionamiento capital, un loop cuasi-satánico, una herramienta desgraciada y maquiavelicamente instalada por los que manejan los hilos hegemónicos de las maquinarias que necesitan desesperadamente de seres humanos engranajes, llenos de dientes fríos como el acero, dormidos a la dicha y a la esperanza, muertos a la persecución de cualquier otra "virtud" que no sea la de acumular. Como la puta hormiga.