martes, 23 de agosto de 2011

"Catarsis"

Necesito dejar todo esto que se me pegó durante el día; se me pegó en la piel, en los pies, en los dedos; entró a través de mis ojos y se enquistó en el lóbulo occipital; entró también por mis fosas nasales y me llenó los pulmones de muerte; entró por mis oídos y me crispó los nervios, me llené de asma, de impotencia, de sobredosis de ciudad, de desesperación, que es la de todos, el sin rumbo, la vanidad y la vacuidad y el vaciamiento de, por sobre todas las cosas, la Fe. Necesito Fe, mucha, muchísima, toda. Necesito pedirla... la pido: -Dios, regalame la fe, no puedo pagarla pero si me la regalás juro que nunca voy a agarrar un arma para asesinar ni al que no piensa como yo, ni al que me condena porque te hablo, ni al que te cree muerto y lo milita como un espejo de la fe, que es la anti-fe, la religión de la no fe; te juro que si me regalás la fe voy a intentar amar al prójimo y aceptarlo tal como acepto que me voy a morir y que soy menos importante para toda esta burda maquinaria sin sentido que la más insignificante de las basuritas de ojo; y te digo que intentaré comprender conceptos tan inasibles como patria, territorio, sociedad; intentaré amar el trapo que me tocó por bandera y memorizar el himno que han hecho por decreto, todo el himno, enterito, porque es casi más largo que el libro de Job, más largo que un triste y lluvioso domingo de fútbol, más largo que el lamento ininterrumpido de los que se cagan de hambre porque aún no les hemos enseñado a masticar...
Dejo a tus pies el millón de bocinas que hoy reventaron mis tímpanos, dejo el humo de los escapes, las motos que casi me atropellan, los empujones, la fuerza en el bondi para no caer, el tufo transpirado mío y de todos, los culos apretados y las tetas a punto de explotar, dejo la amargura por los lisiados y por los que duermen en el piso, los que caminan cojos, dejo la cola de cien metros que nos bancamos para subir al 123 y poder llegar a casa, dejo las puteadas de la gente que son perennes como la hierba, dejo los celulares chillando y las microondas que nos cocinan la masa encefálica de a poquito, dejo toda la necesidad que es tan grande que casi me parece infinita, todo dejo a tus pies, Dios, es mi ofrenda, porque estoy en los últimos minutos de mis 41 años que nunca volverán y porque hoy mi médico japonés me aconsejó escribir más para no derrapar en la depresión suicida o la violencia demencial. Ya te dejé el pucho y otros humos, las ropitas aún están ahí... vos dirás, soplá nomás en la vela que aca estoy, aún piloteando esta embarcación que, si me das la fe que te pido, nunca estará sin rumbo, aunque se hunda y naufrague y se vaya al fondo del mar y me trague el gran pez para que mi plegaria se convierta en grito, en melodía, en unicidad y en sinfonía desnuda de miedo, desnuda de sinsentido y de oscuridad.
Soplá nomás que acá estoy con las manos en el timón y con mis casi 42 abriles a cuesta. He perdido mucho, muchísimo y sé que todo lo perderé con la debida cantidad de tiempo... ¿acaso algo me llevaré cuando me vaya?
Me basta tu fe, gratuita, y te la pido, la fe para no desesperar. Por eso, dame...