martes, 20 de diciembre de 2016

Brindo -que no es poco-

Finalmente llegamos al final, sea éste el final que sea: el final del día, del tiempo, de la primavera, del año, de la vida, de las vidas, de los zorzales que otra vez se reproducen y enseñan el vuelo a sus crías, de la/las muertes -¡no hay muerte en el vacío!, chilla Rajneesh mientras estaciona sus 99 Rolls-, de los picaflores-terratenientes que ya suman cuatro casas frente a la puerta de casa… el final, hermoso amigo, el final. Y hay de todo: Villa Real rumbo al barrio boliviano, un incendio desde la terraza, mucha imagen en blanco y negro, una escalera al cielo, mi chica en la ventana –esas movidas fotos de mierda-, y la última solitaria salida, que empezó en dos piernas y terminó, moscatel mediante, en sólo una.
Y no hay más que agregar, pues no hay explicación. Y no tener nada que decir es mejor que hablar al pedo.
Brindo por el vacío, ese que Don Juan asegura “estar lleno hasta el borde”.
Brindo por ese amor que no teme al odio, y por esa compasión enriquecida por la ira.
Brindo por la vida, desde luego, y por su antónimo.
En definitiva: brindo -que no es poco-


























lunes, 21 de noviembre de 2016

Fin de año -autoengaño-

Uno sale a caminar llegando el fin de año y el sentir es el de la vorágine temporal… “¡no hay tiempo!”, diría enérgicamente Don Juan Matus, y aunque el indio iluminado se refería a otra cosa, el asunto es que el tiempo no está.
No digo que el tiempo esté en otra época del año, pero caminar en la entrada del otoño, por ejemplo, reviste al sentir de una cualidad que es de posibilidad futura, de larga extensión, aunque siempre sea el futuro –o su posibilidad- un autoengaño.
Lo cierto es que se aprieta el calendario contra la navidad del Cristo-kiosquito, que no es el Cristo verdadero, y cambia el número -¿2017?... ¿y aún sin autos voladores?- y el bolsillo enflaquece en el drenaje regalero, y los amigos que esperan por un último brindis, y cada vez es más chiquito el lapso, y mengua la comensalía abierta porque la gente se empeña en morirse, y en un abrir de ojos llega el día uno, y en un cerrar, las vacaciones que terminan y ¡a empezar de nuevo!... de nuevo la maquinaria-supervivencia, porque nadie trabaja si no es para sobrevivir...
Y están las fotos de ese día (las fotos prueban que el tiempo existe, me diría un cerebro científico), tacones altísimos en la pared, pequeños bichos voladores con aura suicida, pétalos y pistilos que salen porque así lo ordena el ADN, una bandera-metáfora de la ruina del país, el gato iluminado –todos lo son-, la vaquita lechera enlechada y el cerdo jamonoso feteado, y las nervaduras de lo verde contraluz, y los edificios, y el calor que no se ve pero que ¡llega!, sí, llega el estío y parecería eso probar que el tiempo es, pero no sé, porque yo siento que el tiempo es delusión, y yo soy mi sentir y no mucho más que eso… ¡fuera con las pruebas que prueban lo improbable!


















domingo, 13 de noviembre de 2016

Rocsen otra vez, Nono, Los Algarrobos y La Tigresa de principio al fin

Otra vez rumbo al cerebro enloquecido Rocsen desde Mina Clavero. Bajamos del bondi en Nono y al rato ya nos acompañaba La Tigresa… al principio escapando de nuestros cariños, pero transcurriendo las horas se fue volviendo dócil, y así caminamos kilómetros hasta el museo, y entramos un par de largas horas y ella esperó. Luego, los tres, continuamos rumbo a Los Algarrobos, que viene a ser como el confín de Nono, o el confín del confín de los confines.
La soledad de las sierras, el cielo, las nubes, la tierra en los pies, la larga caminata.
Y regresamos ya cayendo el sol.
Cuanto dolor en ese bicho al separarse de nosotros, subiendo al bondi de regreso. Y cuanto llanto el nuestro, el dolor del dolor perruno ajeno.
Todavía veo las fotos y mi corazón se encoge. Todavía siento sus lanas duras y tibias en la piel...