viernes, 26 de febrero de 2016

"Rodrigo pija corta" y otras innobles noticias callejeras...

Que el muchacho tenga el miembro no muy largo, no es ninguna impiedad. Ya mi compañero de secundaria, el "Bocón" Rollo, era famoso por lo mismo... sin embargo solía desflorar dolorosamente a las féminas que se sentaban en su falo. Cuestionado al respecto, optó por mostrarnos su monumental bálano al mismo tiempo que exclamaba: "en realidad no es muy largo, pero es ancho"
El asunto es que el pobre Rodrigo lo tiene corto, y no nos llegan noticias de su espesor. Lo que sí, eso lo sabrá el barrio, y su mamá, su papá, su abuelita y sus hermanos, si los tuviera, porque el escrache está en la puerta de su casa, y la flecha, esa indigna flecha, señala el timbre.
Esto es la vida, así como reza el grafitti, Vida. Una tremenda desgracia si uno se la toma muy en serio, y una trágica comedia, si uno opta por la risa -que la tragedia puede ser altamente risible lo demuestran los jugosos films de Quentin Tarantino y los hermanos Cohen-. Tal vez por eso alguien, vaya a saber uno quién, pide -con humor y leve condena- un poco más de risa: ¡Eh, gil, reíte!.
Se ríe la plantita de porro, una inocente sonrisa -¿se imaginan reencarnar en una hembrísima cannabis sativa?... ¿cómo se sentirá, me pregunto, ser ella y absorber todo el poder de la estrella mientras un caudal de cannabiol creciente recorre salvajemente las venas?-... no sabemos. Ni siquiera sabemos si hay más allá, si hay reencarnación o si sólo nos espera la disolución total. Hay que leer a Osho -es la primera vez que encuentro ese consejo, que más que un consejo es una orden-... yo he leído a Osho, y mata. Especialmente porque Osho cree en todo, te lo explica todo y luego te dice que todo es mentira. Acto seguido te aconseja un ascetismo basado en el indiscriminado consumo de pizzas calabresas regadas con botellones helados de moscato... "para no quedarse con las ganas y evitar reencarnar en un salamín calabrés". Pero estoy exagerando; Osho, que en realidad se llama(ba) Bhagwan Shree Rajneesh, y que fue asesinado por la CIA mediante el envenenamiento por galio, decía fundamentalmente que no había reglas, por lo tanto las reglas las hacía uno. Y hacer las propias reglas es la esencia de la libertad.
Miren a Cristina, por ejemplo, en un lamentable estado de entropía creciente, sonriente en la pared... ¿hizo sus propias reglas, Cris?... yo creo que sí. Debe ser por eso que la extraño, aunque a veces, lo admito, me sacaba un poco de quicio.
Creo que la rebeldía es un bien. No así el trabajo, ni la mera acumulación, esa que "engaña a la miseria e incuba arte y guerra de ilusión". Sí, claro que sí: son palabras del lobo estepario... ¡AAAUUUUUUU!.... ¡AAAAUUUUUUUUU!...


















lunes, 22 de febrero de 2016

Una inercia de dinosaurios -y una sala al aire libre-

Una inercia de dinosaurios te pueden llevar al museo. Esa inercia, latente, tal vez provenga de la tundra patagónica, a orillas del Mar Argentino. Se buscará en internet la sala más apropiada, se subirá al bondi, se bajará en Chacarita frente al cementerio y entonces se caminará, bajo amenaza de lluvias, hasta el parque Centenario, Museo de Ciencias Naturales de la Capital Federal.
Pero ¡todo es un museo!... o, más bien, una galería independiente.
Ahí está Evo, con sus Nike made in USA e incendiado por el fuego, a punto de ser devorado por un maldito y rojo colibrí. Y Morrissey, en sus mejores épocas smithianas, antes de volverse un viejito ácido y condenatorio (sigue siendo un genio, pero basta comerse un bife de ternera para que el tipo lo defeneste a uno). Y los paragüitas multicolores anunciando el chubasco. Y Mr. White, chorreando su cosa amarilla -y azul, desde luego-...
No mucho más, salvo alguna estrellita de mar extraña, ya dentro del museo... una parodia de tapa de vinilo de los Cure, pero de verdad y bien, pero bien muerta.
Luego llegó: la lluvia torrencial.
Entonces salimos corriendo, nos subimos a un bondi cualquiera y, hora y media más tarde, entrábamos en nuestro nido personal.
Y todo lo demás, que se llama supervivencia: encender la hornalla y cocinar algo rico, tomarse un buen tinto, ver un film de horror e irse a la cama a leer. Y luego, a dormir.







martes, 16 de febrero de 2016

Cacofonía psitácida en "El Cóndor" y el sol como un mazazo rumbo a Lobería

Digamos que usted llega a una playa. Desde la avenida costanera hasta el agua esa playa mide no menos de trescientos metros. Arena fina como harina, suave brisa, mar frío pero no tanto. Uno podría decir "una playa ideal". Luego se entera que un par de kilómetros más adelante se encuentra la colonia de loros barranqueros más numerosa del planeta. Camina hasta ahí. Millones de loros sobre su cabeza, chillando su imparable cacofonía de tortura. Luego usted camina hasta el faro: más loros. Regresa por la playa y los loros le revolotean alrededor de la cabeza, destrozando sus nervios y sus tímpanos con sus chillidos demoníacos. Finalmente usted huye.
Luego se sube a un pequeño micro y se acerca a las playas de "La Lobería". Se asoma por el acantilado y observa que armaron la playa, doscientos metros más abajo, justo donde encontraron la mayor, la más extensa, irregular y resbalosa de las restingas. No entiende, claro. Se imagina corriendo hacia el agua... luego, se imagina tirado, a los gritos, con no menos de treinta fracturas expuestas asomando bajo el solcito demoledor del verano...
De todos modos el calor lo obliga a ir al agua. Se manda, con mucha precaución. Tarda no menos de veinte minutos en caminar sobre treinta metros de piedras. Entra al agua y entiende que las piedras se pierden en el lecho oceánico. Por lo tanto permanece ahí, detenido y de pié, con el agua por arriba de las pantorrillas, esperando que llegue un poco más de agua. Finalmente, frente a la posibilidad de caerse y partirse la columna vertebral, se acuesta en esos quince centímetros de agua. Luego, ya refrescado sale... otra vez le toma veinte minutos atravesar esa masa pétrea. Cuando llega a destino, que es el punto de partida, tiene tanto calor que hasta se siente con fiebre. Suda a mares. Entonces cae en la cuenta que la playa no debería llamarse de "La Lobería". Debería llamarse "Playa Torquemada"...
Raja hacia la lobería, que dista a cuatro kilómetros. Cuatro kilómetros a pié por un camino polvoriento y sin una brizna de hierba alrededor. Los automóviles, las motos, los cuatriciclos y las casas rodantes pasando muy finito a su lado a una velocidad cercana a la de la luz, y eso que el camino es piedra y polvo. Usted tose, estornuda, insulta y blasfema. Finalmente llega y lo reciben en la reserva. La entrada cuesta cincuenta mangos per cápita, pero uno de los científicos, viendo su lamentable estado de desesperación, le pregunta:
-¿vinieron caminando?, -sí, contesta usted. -Ah, dice el docto, -los que caminan no pagan, ¡bienvenidos!
Lobos y gaviotas bajo un sol aplastante sobre la cabeza. No se entiende como pueden sobrevivir esos bichos echados horas y horas bajo el extremo fulgor de la estrella. Pero sí, sobreviven.
Finalmente usted regresa sobre sus pasos, se sube al micro y vuelve hasta Viedma.
Por la noche, cenando con su chica, siente algo parecido a la dicha por tener frente a sus ojos una pata de pollo, una ensalada de lechuga y una TV encendida que muestra un culo plástico, tres periodistas chillando y la 9 de Julio atestada de motores humeantes bajo el sol abrasador de Enero.










viernes, 12 de febrero de 2016

No, no lo olvido

Dicen que uno va recordando más lo anterior que lo inmediato, y que esa particularidad humanoide se acentúa mientras más se acerca uno a la tumba.
Sin embargo la negación borra -¿o sepulta?- toneladas indeseables de información "no deseada": miles de horas en la escuela reptando entre letanías de geografía, de matemáticas, de música, de historia, de (de)formación (in)moral y (anti)cívica...
Luego, recordamos sucesos traumáticos... y olvidamos los más hermosos: besos, rostros, cuerpos, sonrisas, nombres, sudores, paisajes, lágrimas; horas y horas de dicha borrada de un plumazo temporal.
Mecanismo de defensa, le llaman. Herramienta de supervivencia, le dicen: tensión-alerta-alarma-resorte: y entonces, como diría Bukowski, "a poner los pies en polvorosa"... correr, rápido, porque ya chilla la licuadora y llega presto la policía.
Otro humano, como yo, lo sabe y lo recuerda. Y como esto no es joda (puede ser de plomo o puede ser de goma) encuentra una radiografía vaya a saber de quién, la agujerea, sale a la calle, aerosol en mano, y lo escracha en una pared cualquiera.
Una advertencia, como en Alien... ésta dice: "cuidado con el bicho policía, que no es alienígena pero te mata igual"
Sí, la policía... siempre la policía.
Por eso, amigo -¿amiga?- desconocido: yo no, no lo olvido ¿como olvidarlo?, demasiadas veces tuve frente a mis narices a ese bicho condenado, bicho mata hombres. Demasiadas veces tuve que padecerlos y escucharlos, visitar sus nidos meados y llenos de pulgas, cambiar mi itinerario a la fuerza, que es su fuerza, su arbitraria fuerza... ¿que esperar de un ser que, como máximo logro de vida, se cuelga un palo y un arma en la cintura y sale a la calle a defender, a los golpes, al poder de turno?
Amigo grafitero: no, no lo olvido: la poli nunca cambia. Como el escorpión, su naturaleza es golpear, matar, "abollar ideologías", diría Mafalda.
Luego vienen las otras, las bellas personas, esas que dibujan mariposas en sus puertas... dejan la impronta de sus palmas en una gruesa capa de pintura asfáltica... que pasan y tachan -vaya a saber uno porqué- la palabra "puto", y otro, yo mismo, fotografío el maravilloso efecto... (lo único malo de "lo puto" es utilizarlo como insulto) y las sombras, y las hojas muertas, y la comida chatarra tragándose al candidato, y la "mente sana en cuerpo sano" (y... ¡otra vez a correr!, ¡que de nuevo llegan los ratis, y detrás viene el cura, y detrás el director de escuela, y detrás el médico y las enfermeras y el psiquiatra y el dueño de la funeraria, centímetro en mano!)
Las flores no se manchan con estas desgraciadas creaciones sub-humanas. Tampoco los jóvenes.
Hay más fe -sí, Creo- en la vida en un pequeño y rebelde stencil libertario que en todos los sermones de cada domingo, que en todos los manuales que fatigan las escuelas, que en todos los diarios y revistas, que en todas las jeringas y cánulas y espéculos y supositorios que torturan descaradamente al que espera el final viendo las tristes paredes de un mugriento hospital del conurbano bonaerense.