viernes, 31 de agosto de 2012

Viernes, caminata y café en Palomar

Viernes por la noche, luego de ocho horas seguidas de clase en UNTREF y una comida frugal en casa, pateamos rumbo a Canela café, en Palomar.
No alcanzó ni la distancia -es muuy cerca- ni el silencio, ya que un viernes por la noche siguen fatigando los oídos una miríada de ruidos ininterrumpidos; ruido a motor, a escapes libres, a motos al palo con wachiturros al palo, a trenes que pasan, a perros que ladran, a celus, a boeings, a tacones de putas, a polis, a parrillas, a bingos, a macdonalds que macdonalizan el planeta-palomar mientras el propio cerebro nunca para con sus putas exigencias verborrágicas, exigencias que van desde el éxito en cualquier cosa que se emprenda hasta la necesidad de volarse a si mismo con la droga más rápida e inmediata -no me malinterpreten, al hablar de drogas voy desde el sexo hasta la comunión católica, pasando por el porro, el alcohol, tinelli, la pizza, el fulbo y componer una sinfonía para lograr sentirme, por lo menos, mínimamente cierto-... pero en fin, Canela aportó un feca doble con crema y una porción compartida de torta de mousse de chocolate blanco, una especie de dulce bomba atómica que echó por tierra la abstinencia del día.
Mientras bebíamos los cafés y leíamos el gran diario argento -y un par de patéticas revistas policiales-, Jenifer López revoleaba el culo en un plasma de 50 pulgadas justo detrás de mi chica, y mientras lo meneaba con insistencia intentaba desarrollar algo parecido al canto, al arte, al espíritu, a la verdad. Y fracasó, ciertamente.
Volvimos a las dos de la mañana, en silencio. Y ahora estoy terminando de subir las pocas fotos que hice en medio del anterior trajín; y luego me voy a tomar un té de hojas de sem para mañana poder cagar. Y voy a leer un poco más de "Trópico de cáncer" de Miller. Y luego, a dormir.



No me pregunten por el cadaver Viewsonic arrojado con desprecio en medio de la vía pública. Hay que ser un hijo de puta desagradecido para arrojar a un monitor de ese modo a la yeca. Pobrecito.

martes, 28 de agosto de 2012

Cachi -gif-

Tal vez el mejor modo de recordar un sitio en donde uno experimentó la dicha de sentirse libre sea el de la imagen sencilla, el del recuerdo en el ejercicio de una mínima expresión.
Cachi es sentimiento profundo, es polvo, es gigantes dormidos revestidos de nieve eterna, es cabras y lluvias y horizontes y relámpagos... y nubes, empanadas, vino tinto y sol. Y estrellas.
Y es también la sencillez de las acequias y de esas ramitas que en su olvidada identidad representan lo más profundo que anida en el corazón del que recuerda. Corazón que rememora y sufre, lleno de nostalgia, entre los incesantes ruidos de la gran ciudad...

Photobucket 

Dos trenes -gifs-

Viajar en tren es convertir el espacio en tiempo.
Ya desde principios del siglo XX, la fórmula einsteniana E=mc2 eliminó dramaticamente toda realidad de ubicación espacio-temporal, y ayudado por Freud, con su impensable inconciente colectivo, y por Marx, con sus divisiones de clase que justifican toda inacción u acción o mero deambulismo zombie, acabaron facilmente con las certezas todas.
Y quedó la realidad desnuda, implacable, inasible... el horror -la libertad total desprovista de lo sagrado- de lo que es. Y sin explicación.
Por eso, si quiero sentir como el piso se desploma bajo mis pies en un abismo infinito, me subo al tren y me dejo llevar por las no realidades del siglo XXI, que ya agrede el paladar con el sabor de lo amargo, de lo rancio. Y eso que recién comienza.

Photobucket

Photobucket

domingo, 26 de agosto de 2012

Noche de garúa y trenes

Esto sucedió hace, creo, más de una semana. Pateamos desde casa hasta Saenz Peña, tomamos un café en la pizzería que está frente a la placita de la estación del San Martín, junto a la heladería Pacino, y de la cual no recuerdo el nombre aunque sí recuerdo que su fauna es de esas que a uno le energizan las ganas de seguir vivo; compramos un peluche y entonces, entre una fría garúa y un viento helado, caminamos hasta la estación Villa Lynch del ferrocarril Urquiza, rumbo a Chacarita, cuna de la muzzarella y del poder del moscatel.
Bastante beodos, volvimos en la misma línea con la intención de ver un film, bajamos en Avenida San Martin y caminamos hasta el shoping de Villa del Parque para descubrir que no hay trasnoche -entonces era sábado-, optando finalmente por un helado en Cadore, que no estuvo mal pero tampoco muy bien, ni cerca de la excelencia de antaño, aunque sí caro, carísimo.
Nos subimos entonces al San Martín -lo corrimos y trepamos mientras se escapaba a toda máquina, lo cual enojó a mi chica, porque esas cosas peligrosas no le gustan- y, rumbo al west bonaerense, aprovechamos para darnos montones de besos y reírnos y hacer todas esas cosas que hacen los enamorados en el tren, cuando es de noche y hace frío y se bebió mucho alcohol.


viernes, 24 de agosto de 2012

Cumpleaños feliz

Entendiendo claramente que no hay mejor modo de comenzar el festejo del cumpleaños propio que comiendo unas zapis en Santa María de las Chacaritas y bebiendo sus moscateles helados, nos subimos al 123 y entonces allí nos dirigimos para luego encontrarnos con unas calabresas picantes, unas fugazettas rellenas, unas espinacas con salsa blanca, moscateles y cervezas varias... hasta que, bien pasadas las doce, el lugar se vació y levantaron hasta la última silla. Y entonces nos sugirieron amablemente que levantemos campamento, pues más allá de mis flamantes 43 abriles, la vida continúa en su imparable afán circulatorio.
Las fotografías de mi etílica estampa pertenecen a mi chica Paula, no así su ya acostumbrado exceso de photoshop.

domingo, 19 de agosto de 2012

Velocidad, espacio y tiempo

Tal vez el modernismo se caracterice, especialmente, por el hecho de la velocidad. Velocidad que, en su afán de objetivo, convierte el espacio en tiempo, desconectando de este modo a la tripulación en mera espectadora de lo inasible, lo local, del detalle.
Estar apurado se ha convertido en un signo de los tiempos, signo que excluye lo social dentro de un habitáculo cerrado, reducido e ideado para trascender el contacto con el otro, con la vida cotidiana, con la construcción de la solidaridad.
Estas tomas fueron hechas a pié frente al cementerio de la Chacarita, mientras esperaba el 123 para regresar a casa.