martes, 26 de septiembre de 2017

Entropía pos-pos-posmoderna

Me dirán que el pos-modernismo ya fue, que ya estamos en la modernidad tardía. Me dirán que la modernidad tardía ya acabó y que justo ahora atravesamos la pos-modernidad tardía. O la pos-pos-modernidad-tardía.
Y no faltará genio –en estas tardías épocas modernas hay más genios que gente- que declare no sin arrogancia: “la pos-pos-modernidad-ultra-tardía ya es tan antigua como la Antigua Roma”
Poco vale, al fin,  el nombre o la etiqueta, sino el alcance de esta modernidad que se arrastra a cada instante sobre sus incontables micro-cadáveres.
Yo siento –el amado e infalible sentir- que atravesamos una época de máxima entropía. Máximo atomismo, máxima disolución, máxima disipación y ruptura… cada pequeño fragmento despedazado en fragmentos más pequeños; todos, invariablemente, con un ego gigantesco y pigmeo… y en pié de guerra: irreconciliables, solitarios, egotistas, desenfrenados, tristísimos, violentos, salvajes. Un equilibrio trágico. Una sopa oscura, ácida.
Y cada ego disparando, con sus terribles metralletas-escupe-opinión, a las opiniones ajenas… tan chiquitas todas, tan parciales todas, tan idiotas y arbitrarias.
Pónganle el nombre que quieran, pero el resultado es no santo: no hay paz.
Millones de deseos esterilizados, millones de fragmentos multiplicados como virus, ¡escape!, ¡sí!, un escape total de la realidad única, la única verdad comprobable, lo que viene, el basamento de todo, ¡el futuro!, ¡sí!, ¡viene la muerte!, ¿sabían?, ¡y no se puede huir!, ¡no hay escape que valga!... no importa que tan moderno y genio y superado estés: tu futuro es una tumba… ¡que poco moderno!, ¡que tragedia!, ¡que estéril resulta el tener el mundo en la mano y a un click de distancia, si al final estás como en la Roma Antigua!: con un puto pié en la tumba.
Quiero paz. La necesito. Tantos años corriendo detrás de tantos propósitos falsos e inútiles y al final, el único propósito que vale es lograr que la Paz anide en el corazón.
A esta altura no me importa el mundo, lo declaro. Arréglenlo, si pueden, o terminen de destrozarlo, pero no cuenten conmigo.
Cada ideología se suprime con su anti-ideología, y al final es sólo el desencanto.
Y no hay cambio.

















domingo, 17 de septiembre de 2017

Antes del regreso...

Gira y gira el mundo y sus desdichas, sus glorias y miserias, y mientras tanto en la ciudad se separan y se juntan las almas de los hombres, los motores escupen sus venenos, las flores muestran sus colores, vuelven los zorzales y el enigmático colibrí… la primavera llega y promete no mucho más de lo que puede: armonía en un mundo caído, color en un mundo que se ahoga en su descarrilado estertor consumista.
La noche del  sábado… las chicas lastimadas, las calles desiertas, la maldita policía, bondis que no llegan, el reloj que continúa, el miedo a morir un día cualquiera –todos murieron un día cualquiera-, a morir solo –todos murieron solos-, a morir al fin –todos morimos-… sin embargo el domingo promete el amor, el antiguo amor de nido, el fuego, y nada es más real que “comer y beber con la mujer que se ama”. Y habrá cine, y postres, y esas pequeñas delicias que sostienen el mundo tambaleante.
Volveremos, pero no habrá nieves. Sí, tal vez, cielos dorados, y arderán seguramente los leños, y será el silencio. El silencio que todo lo cura.
Antes del regreso, una entrada -¿final?-… el enigma de toda vida:
el tiempo del final.















jueves, 14 de septiembre de 2017

Ancud después de la lluvia

Amanece en Ancud. Detrás del vidrio, el verano invernal, ventoso, frío. Llueve sin parar y los perros se ocultan en la iglesia, las putas esperan en el catre, los chimangos se detienen en sus nidos; el mar es una promesa ajena, adivinada detrás del espeso velo de la niebla.
Preparamos mates y tostadas de pan negro. Hay queso, hay yogurt frutado, hay paz. Esperamos y mateamos, pispeamos el mapa de Chiloé y decidimos quedarnos, permanecer en el nido, disfrutar del refugio, leer, intimar, dormir, soñar y volver a la vida… retroalimentados por las delicias renovadas del amor.
Horas más tarde, asoma el sol entre nubes. Presto ganamos la calle y nos encontramos con las ventanas de Ancud, con el enigmático Buda Blanco, con un Papá Noel de tornasol, con el rugbier nº 9 y con el difunto Papa vaticano… “Papa romano”, que no es poca definición.
Humo y perros, humo y lejanía, circo, fuego y humo: estamos en Chiloé y ya lo extrañamos, extrañamos el olor en el aire, el brillo en el agua, los bichos en el cielo; estamos en Ancud y ya nos atenaza dichosamente la nostalgia…
Cae el sol y compramos cervezas. Alto tenor alcohólico. Compramos mariscos también, y nos entregamos a la felicidad de la cocina. Mientras tanto avanza la noche y los perros vuelven a la calle bajo la luna amarilla, las estrellas titilan, las putas despliegan sus brillantes serpentinas.  Al final la noche termina, como las cervezas, y llega la hora de irse a dormir.
















jueves, 7 de septiembre de 2017

Vivimos hoy

Uno suele escuchar desde pequeño ese salomónico asunto de que hay que ser como la hormiga, que en verano presto acumula y en invierno reposa y disfruta; luego se enciende la TV y ahí aparecen, en continuado, los envidiados ídolos de uno enfundados en pieles de camello y botas de yacaré, fumando verdaderos puros cubanos, piloteando costosísimos descapotables lustrosos jocosamente acompañados por miríadas de rubias y brunettes de belleza escandalosa, belleza ésta que, por su naturaleza, nunca aparece por el barrio... ergo, uno desea. Y ya largamente abandonada la cuna, se sueña con montañas y ríos y grandes tonelajes dorados de acumulación.
Muerde entonces el hambre del deseo, y se sale a la vida con un sólo objeto: acumular.
Pero no sólo de pan vive el hombre, dice el profeta, y uno no se sacia con el brillo del espejo, ni con trabajados cabellos platinados, ni con largas piernas enfundadas en nylon, ni con el lujo, el humo ni el vino. Para entonces, ya muy atrás ha quedado la cuna, y también los amigos de la escuela, y uno se encuentra muy en la mayoría de edad, aturdido y acumulado -no todo lo que brilla es oro- y tristemente vacío.
Y solo.
Recién por ahí entiende, si tiene la suerte o la luz, lo que pasa con las ideologías. Lo que pasa con las derechas, las izquierdas, los centros, las derechas de la izquierda, las izquierdas de la derecha y los centros de las periferias. Se mira y se confunden los hombres con los cerdos -y los cerdos con los hombres-; la montaña, que no es tal, pesa un montón y hay que arrastrarla, y nadie que arrastre una montaña cree verdaderamente en la liviandad del vuelo.
Así un día se abandona todo el asunto, se patea el tablero, se sale a la calle con destino incierto y se lee en una pared cualquiera: "Vivimos hoy"
Sin pasado, sin futuro: hoy.
No hay dineros ni manjares ni voluptuosidades que valgan, hay hoy. No hay preocupaciones que justifiquen su tortura ni poder que alargue un centímetro uno solo de nuestros cabellos.
El hoy, esa materia prima escurridiza y efímera, pierde su significado si es puente hacia las cosas grandes, la excelencia, la gloria.
Preferir la sencillez de las nubes, elegir el sonido de la lluvia, la plasticidad de lo sin forma... lo inútil.
Supo cantar el salmista en el antiguo templo de Israel:
Dios le da el pan a sus amigos mientras duermen.
¿que más, me pregunto, hace falta?