domingo, 23 de septiembre de 2018

El castillo interior

Una caminata por el conurbano bonaerense luego de la fiebre y de la cama; el cuerpo renaciendo muy de a poco, la energía que no alcanza, las ganas de echarse a dormir mientras la primavera renace a otro ritmo… presto, aceleratto, allegro… la primavera no espera, tampoco el sol espera; no espera la luna ni el delicado ritmo de las estrellas. Y es la regla: ¿acaso no se parte rumbo al olvido tal como todos los que ya han partido?... muchos nombres, mucha ausencia, silencio y vacío, olvidados de la visión viviendo, aún, en lo más profundo del corazón. Sin embargo se apuntala la voluntad -¿qué otra cosa se tiene a mano?- y se continúa con el pataleo, uno, dos, diez, doscientos pasos; pasan las calles, pasan las sombras y las desconocidas personas, resuenan los ecos del domingo, un supermercado, un perrito, una radio, alguien que lava el auto, el bondi casi vacío… más tarde la casa y la cena y las palabras, la unión de dos seres que quieren, aunque no saben. Sin embargo logran perdurar en lo más valioso –una creencia- que es el amor. Y las palabras que curan.
Somos el amor, biológico y mágico, el amor en la piedra y en los elementos, el amor en el viento y en los besos, el amor como una pelota, como un pedazo de Dios en lo más recóndito del alma. Un universo dentro de las morada eternas, del castillo interior, y la libertad de no necesitar más que eso: la fuente del amor, la gracia, la gratuita conexión con lo inagotable.