viernes, 20 de julio de 2012

On the road

La carretera funciona como una metáfora perfecta de lo que se vive y se deja atrás, que es todo. Condenados a vivir en un mundo en donde el tiempo del reloj es la base de toda actividad -y de toda neurosis-, una ventanilla en movimiento parece convertirse en una especie de pintura casi abstracta del imparable y arbitrario devenir temporal. Y la velocidad ayuda a desnaturalizar la presión siempre presente del objetivo, de la tensión del éxito aparente y de la condena del fracaso, que es herramienta sin sustancia de los que buscan el dominio de la producción. Y mientras cae el chubasco helado y las nubes negras amenazan con tragarse toda la luz, la espera confiada por el necesario brillo estelar establece lo mejor -y lo más fantástico- de nuestra característica humana: la fe.
Creer, tener fe, no implica ni un Dios ni su ausencia, sino la entrega al maravilloso, dramático y optativo juego de estar vivo, de respirar todo el aire posible para no morir antes de tiempo, para morir sólo una vez mientras se observa pasar la vida sin aliento, mientras se elige por puro gusto antes de que todo se detenga, sin explicación, en el principio del misterio. Si es que lo hay.