jueves, 18 de agosto de 2016

En un micro cayendo desde lo alto

No es algo que no se pueda entender... luego de dos semanas de temperaturas orbitando los cuarenta grados, de cielos límpidos con rayos de sol como inapelables mazazos, de noches plenas de astros, de desierto... el maldito y desolado desierto patagónico sin un árbol, una parra o una brizna de hierba, ni frescor ni una mínima sombra… bueno, después del crescendo... llega la tormenta. Brutal tormenta. Vuelan las hojas y chillan los pájaros. Y cae el agua desde el cenit con esa furia acumulada, como baldazos, como orgasmos celestiales, cae y chilla y chorrea y golpea el despiadado chubasco y nosotros, encerrados en un micro que regresa a nuestra civilización, escuchamos su efecto, con ojos clavados en el asfalto, con ojos como ascuas, con la vertiginosa sensación del desastre…
Pasó. Se abrieron las nubes y asomó una claridad. Pasó. Todo pasa. O no, y es uno el que se va. Pero también eso pasa… porque todo, todo, todo, pasa y pasará.
Esto también.