lunes, 25 de junio de 2012

Tilcara (2)

Luego de dejar todo en el hospedaje, un pequeño departamento con baño compartido y con un balcón bellísimo con vista a los cerros, subimos caminando hacia el famoso Pucará, que dista del pueblo a un par de kilómetros. Y luego los cerros de color, las telas lisérgicas, los instrumentos musicales, la multitud de cardos como personajes mudos, ascetas verticales e inconmovibles que sólo parecen sostener diálogos secretos con el viento y con los pájaros que suelen anidar en su interior hueco.
Y luego el ventarrón, el sol tremendo y ese silencio que está hecho de soplido y de sombras, silencio primigenio y anterior como el crepitar del fuego y el golpetear de las gotas de lluvia; un silencio sonoro que detiene el alma, que aclara la mirada y renueva mientras atraviesa la columna vertebral con una corriente nueva y tan lejana y profunda que llega a conectar la tierra con las estrellas, la galaxia y el enjambre espacial con el principio de todas las cosas.