jueves, 3 de noviembre de 2011

Video experimental 2

La conjunción de un objeto, un objetivo y una no muy digna emoción me movieron para comenzar estas muestras en video que, por el momento, nada tienen de especiales. Aprender a manejar un programa de edición de films y una cámara HD puede verse seriamente perturbado por las pocas ganas de crear, que es, últimamente, el innoble estado en que se encuentra mi voluntad. Muchos projectos, muchas ideas pero nada de voluntad -ni de paciencia-, y en cuestiones de arte, como en todo, la paciencia es motor y combustible. Entonces se filma, se edita, se graba la música, se sube a youtube y ya está: el producto de la falta de voluntad es un video lavado de metas y objetivos y que, sorpresivamente, puede tener sus virtudes. En este estadio me conformo con pocas, muy pocas.
Y siempre hay una foto; esta toma fué hecha el último domingo mientras caminabamos rumbo al cumpleaños de mi suegra, y mientras caminábamos hablábamos del sistema y de los objetivos y de los deberes y de la competencia y de los premios y de las culpas y de todo ese montón de mierda junta que -con una sonrisa en los labios- nuestros padres, abuelos y maestros nos meten de chiquitos en la cabeza, convirtiendo nuestra libertad en una mera y aburrida -por no decir trágica- descripción consumista de la realidad, por eso:

"Está todo en tu ventana, niño desconocido:
el peluche que es tu juego, tu justificada, por todos, dicha del ahora
la cigueña, tu fantástica procedencia, condición culposa, a futuro, del gozo del después
y la cruz... en donde clavarán tus ansias y tus alas
para ya no jugar, volar y gozar..." 

Es cosa seria la vida; se empieza por el asombro y se llega a la lucha encarnizada por un metro cuadrado de libertad, por llevar a cabo el juicio al dictador que vive en la mente y que todo lo perturba, por poder frenar, aunque sea un poquito, esa inercia que ya estaba viva cuando nos clasificaban del uno al diez y nos obligaban a memorizar las marchas patrias y nos amenazaban con ser unos parias si no eramos capaces de ajustarnos a ser iguales -o parecidos- al pibe que portaba, orgulloso, la bandera.