domingo, 13 de noviembre de 2011

Júpiter desde el jardín de casa

Una de la cosas que más me gusta de la llegada del verano es el cambio que se produce en el cielo estrellado: aparecen cada día más temprano las Tres Marías junto a la siempre extraña nebulosa de Orión, en donde están naciendo, como en un útero titánico, nuevas estrellas; también sube paulatinamente la Cruz del Sur y su vecina Alfa Centauro muestra tu triple brillo en un único punto de luz que hace poco más de cuatro años partió rumbo a mis ojos; las Pléyades, nuevísimas en su color azul eléctrico, se mueven a medianoche como un enjambre de luciérnagas silenciosas y extáticas... y están los planetas: Venus por la mañana y a última hora de la tarde, Saturno siempre amarillísimo con sus hermosísimos anillos dorados, y Júpiter, el gigante multicolor, más brillante que la estrella más brillante en el cielo de medianoche.
Júpiter, el planeta más grande del sistema solar, tiene alrededor de 15 satélites fijos -como lo es nuestra Luna- y otros tantos que cada unos cuantos milenios atrapa del cinturón de asteroides y que luego de otros tantos milenios deja partir con el mismo desapego, pero hay cuatro de ellos, fantásticos, únicos y por lo menos dos prometedores de vida, que son casi planetas en sí mismos: Ío, Europa, Ganímedes y Calisto.
Esta fotografía, que acabo de tomar desde el jardín de mi casa, los muestra. Ío, el más cercano al borde del planeta, está casi en contacto con su superficie gaseosa.