domingo, 1 de abril de 2018

El amor humano no se entera...

Se vive día a día, se respira a cada instante y no se detiene el respirar; cambia el número del calendario, vuelven las nubes y la lluvia, calor, frío, vientos, la playita y la estufa, las chancletas y las medias con puntilla… blanco, negro, una fuga a dos voces y, en el medio, el humo del faso y miles de grises por explorar.
Luego las piernas y la calle, cordones y plazas, paredes y cielos, motores, silencios, un gato, ese perro, recuerdos en la lejanía mental, dibujos que se borran porque la carne se gasta, se gasta la memoria y las rodillas, se piensa y nunca es lo mismo –y siempre lo es-, sin embargo el tiempo se suma y ya estamos en el dos mil y tanto, y crece la explosión demográfica pero nos asustan con la bomba H, crece el hambre pero nos asustan con el meteorito, crece la soledad pero nos asustan con los chorritos, peor con gorrita y una ’45, odio de clase, el celu o la vida. Pero antes unga-unga… siempre antes unga-unga, es la tradición.
Hoy resucitó el Señor, pero el amor humano no se entera… y eso que ya pasaron más de dos mil años. La puta porque es puta, el sucio porque es sucio, el obrero, el comunista, el facho y anarquista… todos, irremediablemente, con un pié en la condena… los jueces son los periodistas, y jugadores los magistrados, apostando al papel moneda, juzgando el futuro con ganas de premio mayor… y la policía asusta a todos, y la parasitosis, la nueva parasitosis, lleva bandera e ideología: política, le dicen, el arte de hacer imposible lo posible.
Vamos cerrando y confieso no saber el porqué de esto: una inercia de siete años me empuja desde atrás, y es tan lindo... el sinsentido.
Si la vida fuese sólo la gratuidad del azar, entonces el paraíso.
Nada en el medio.