jueves, 7 de septiembre de 2017

Vivimos hoy

Uno suele escuchar desde pequeño ese salomónico asunto de que hay que ser como la hormiga, que en verano presto acumula y en invierno reposa y disfruta; luego se enciende la TV y ahí aparecen, en continuado, los envidiados ídolos de uno enfundados en pieles de camello y botas de yacaré, fumando verdaderos puros cubanos, piloteando costosísimos descapotables lustrosos jocosamente acompañados por miríadas de rubias y brunettes de belleza escandalosa, belleza ésta que, por su naturaleza, nunca aparece por el barrio... ergo, uno desea. Y ya largamente abandonada la cuna, se sueña con montañas y ríos y grandes tonelajes dorados de acumulación.
Muerde entonces el hambre del deseo, y se sale a la vida con un sólo objeto: acumular.
Pero no sólo de pan vive el hombre, dice el profeta, y uno no se sacia con el brillo del espejo, ni con trabajados cabellos platinados, ni con largas piernas enfundadas en nylon, ni con el lujo, el humo ni el vino. Para entonces, ya muy atrás ha quedado la cuna, y también los amigos de la escuela, y uno se encuentra muy en la mayoría de edad, aturdido y acumulado -no todo lo que brilla es oro- y tristemente vacío.
Y solo.
Recién por ahí entiende, si tiene la suerte o la luz, lo que pasa con las ideologías. Lo que pasa con las derechas, las izquierdas, los centros, las derechas de la izquierda, las izquierdas de la derecha y los centros de las periferias. Se mira y se confunden los hombres con los cerdos -y los cerdos con los hombres-; la montaña, que no es tal, pesa un montón y hay que arrastrarla, y nadie que arrastre una montaña cree verdaderamente en la liviandad del vuelo.
Así un día se abandona todo el asunto, se patea el tablero, se sale a la calle con destino incierto y se lee en una pared cualquiera: "Vivimos hoy"
Sin pasado, sin futuro: hoy.
No hay dineros ni manjares ni voluptuosidades que valgan, hay hoy. No hay preocupaciones que justifiquen su tortura ni poder que alargue un centímetro uno solo de nuestros cabellos.
El hoy, esa materia prima escurridiza y efímera, pierde su significado si es puente hacia las cosas grandes, la excelencia, la gloria.
Preferir la sencillez de las nubes, elegir el sonido de la lluvia, la plasticidad de lo sin forma... lo inútil.
Supo cantar el salmista en el antiguo templo de Israel:
Dios le da el pan a sus amigos mientras duermen.
¿que más, me pregunto, hace falta?