sábado, 2 de septiembre de 2017

Anarco White

El riguroso tren a campo traviesa, la avenida Brown con peso de mochilas, la mañana blanca, las calles vacías, el viento helado -un mensaje de amor y de anarquía- la plaza central, promesas de nieve, perros, nubes, bondis, café con leche, hotel, sandwiches de miga, barrio ferroviario, paredes y tiempo, el cielo encapotado, el vino y los mariscos, el regreso de la lluvia
-la misma de la infancia-, el sonido del trueno y la noche bebida, la noche fumada, charlada, reída y despierta  hasta –de nuevo- la mañana… otra vez Febo y la luz y los corazones de anarquía, el sol regresa a su cita, el puerto y los recuerdos de otros trenes y otro tiempo, palomas, relatividad especial, un perro tras las rejas, no hay presente compartido -¿qué presente es hoy en las Pléyades y el Gran Orión?-, sin presente… sin futuro… no hay futuro, no future -el pasado-, punk, cuero, sangre, crestas, parlantes, zapatillas flecha y escupidas.
Todo es la vida. Todo, nada, el lenguaje, un marco, elecciones, cadenas, un corset. Y la vida se diluye en ella misma, y se mezcla, se hierve, se endulza, se bebe y se vuela, hacia sitios donde se halla la misma vida, pero en otro color, en tecnicolor, con parlantes homofónicos y masticando los viejos pochoclos, esos que hoy se llaman palomitas…
La vida en el reloj, la vida fuera del reloj. La vida en cada rincón y en cada definición.
La vida, también, es su perfecta e inapelable ausencia.