lunes, 12 de septiembre de 2016

Helada y lluviosa y silenciosa (y extraterrestre) Villa Ventana

Yo no se cuando fue la vez primera... ¿2001? ¿2002?... sí recuerdo que en 2003 estuve desde el 3 de diciembre hasta fin de Marzo, laburando de mozo en Da Roberto, y luego algunos inviernos solo, vacaciones de invierno muy fumantes y veranos en familia, rescatado. Y así hasta éste invierno, otra vez en Villa Ventana y, de nuevo, con mi chica, que ya me acompaña allí hace diez años...
¿Que puedo decir de Villa Ventana?... como Marcos Paz, Villa Gesell o San Bernardo, o Villa La Angostura y Bariloche, uno se enamora de esos lugares en los que tanto tiempo vivió, compartió, sufrió, caminó y recorrió, esos sitios que también redescubre y atesora. Completa un mapa mental, el espacio vacío, a fuerza de ejercitar las dos piernas... y bueno, siempre ese caminar se mete en el alma, y ahí está Villa Ventana, en el alma.
Es muy cheto, sí; y está rodeado de estancias (los mejores cerros son propiedad privada), no tiene la fuerza cultural de un sitio con historia, porque su historia comenzó con su reciente fundación hace poco más de cien años... antes era un desierto (no lo era hace doscientos, ya que estaba poblado por los habitantes originarios que el Asesino Roca se encargó de eliminar)... y bueno, eso es lo malo, muy malo.
Lo bueno: la naturaleza: los pájaros, el quarzo, las estrellas, la lluvia, el viento, el silencio, las montañas milenarias, la tierra, el barro, los extraterrestres que vuelan por ahí, muy cerca del cerro Tres Picos. Y el fuego, y la carne asándose en las brasas, y el amor. Siempre el amor, ese esencial condimento.
Luego de estos siete días nos rajamos a Bahía Blanca, expulsados por el frío y la necesidad de cemento y de ruido (somos bichos irremediablemente estropeados por la ciudad)...
Pero eso, el de la ciudad Blanca y el ruido de su puerto, es otra historia.