miércoles, 21 de diciembre de 2011

Insomnio

1:23 am, acabo de salir de la cama, hace calor, mucho calor, afuera llueve y el agua de la ducha ya está más fría ahora que la ducha tibia antes de la cena y las cervezas; no puedo dormir, he leído y concluído a Borges y Carrizo en los diez días de entrevistas por radio Rivadavia; he comenzado a leer Dune también, seis capítulos seguidos... y sin embargo no consigo deslizarme al silencio. Me pesa el calor, el fin de año, la Navidad y el final del trabajo que nunca parece concluír, pero más me pesa la inercia en la mente, la necesidad como un torrente, la carne gruesa, el hedonismo ciego que ejecuta, en su felicidad, a la más viril y necesaria de las posibilidades, femenina ella, paciente y muda: la voluntad.
Una luz superior ilumina momentaneamente las sinapsis y en un instante se vislumbra un camino; el Libro de los libros sobre la mesita de luz esperando ser abierto -yo sé qué es la verdad, no me cierro ni pregunto ni me callan los seguros- y el reloj que no para de contar el irreal flujo que me lleva al ordinario final que es el de todos me guiña un ojo aburrido en el siempre repetido orden babilónico. Fuera retumba un trueno profundo y en el chaperío del techo resuena el bautizo de las aguas de arriba. Ella duerme junto a mi ausencia que me trajo hasta aquí, tecleando con dedos prestados, intentando establecer un orden entre tanta entropía, un orden que empieza por una decisión y la consecución de una idea... un camino con corazón, atravesando todo su largo, poniendo las manos en el arado sin mirar atrás, viendo, por ahí, sin aliento.
¿Que necesito?¿de que herramientas dispongo?¿armas?
Yo sé que la tensión en mis tendones se origina en una espera y que esa espera es el galope de un caballo sin amor y sin cara; yo sé que quiero recostarme bajo tu sombra y sin embargo te pierdo porque así lo elijo, porque te cambio por un vaso de alcohol, por un orgasmo, por una foto en una calle cualquiera... y si bien tu amor no tiene prenda, mis sentidos me acobardan y me someten bajo los grilletes de la tonta y trágica necesidad superflua.
También sé que el perdón -yo Creo- es la regla. Y también que es amor el primer peldaño de la escalera y que su naturaleza es siempre la de la brisa.
Todo me fué dado: el aire, la carne, la fe, la posibilidad y la desdicha. También la alegría, la espera y la duda.
Ahora te pido, Gran Dador, la victoria.
Así sea.