martes, 5 de julio de 2016

Cromatismos conurbanos en stand by

La gama va desde los pasteles maricones hasta los grises suicidas, polisexualismos todos por el deambular del medio.
Caminar el conurbano con rumbo desconocido, o casi, sumerge el alma en un sopor tristísimo, extático y dichoso, excitante, tenebroso y expectante que se renueva –y también naufraga- en cada calle, en cada plaza, en cada semáforo y en cada esquina. Y la poli con los perros –los tiempos que corren-, y los pibes con gorrita –los tiempos que corren-, y nosotros escapando –los tiempos que corren- y la TV siempre encendida en las ventanas de las casas, en las oficinas y en los estacionamientos, en los templos y en los bares al paso, esos anacrónicos bares-macho que la modernidad de luces dicroicas condenó a un permanente estado de extinción.
Y los números de la quiniela: el 22, el 69, el 90… y chillando las bocinas de los bondis… y los perros y las fábricas.
Y la vida en pausa.
Las multicromáticas postales del hundido mundo suburbano se ahogan a la espera de algo que no llega y que, de seguir así, nunca llegará.
Finalmente –siempre pasa que llega el finalmente- la suerte cae -¿por azar?- para el lado del 17, que es la puta, la putísima desgracia.
La antigua y fiel desgracia que supo encender las hogueras del santo oficio, los hornos malditos de la segunda guerra y las bombas del Japón, amenaza la paz, nuestra frágil paz de hoy, como al amor amenaza el apestoso mal aliento.