lunes, 8 de octubre de 2012

Humahuaca (2)

Los mates en la galería por la mañana, las mariposas nocturnas como una invasión extraterrestre y muda, el sol... esa olla a presión sobre las cabezas que nunca aguantan su poder, las nubes de algodón siempre tan gordas y tan cercanas, las sombras muy cortas del mediodía, las casas, el barro, las piedras, las cortinas floreadas en las ventanas, las callecitas de tierra y la siesta rigurosa en un silencio polvoriento y marrón, mientras dentro y fuera y todo alrededor la nada toma la posta entre la respiración y los pensamientos que lentamente se hunden en el olvido, en un dichoso y necesario asueto de la preocupación y del objetivo a futuro.
Humahuaca... soledad y viento, colores y brumas, eterno presente, un pueblo con otro tiempo que no es el del reloj, es el de la indiada, el de los campos verdes y el del agua roja, el tiempo de abandonar toda conexión con la ciudad oscura y lejana que se pierde entre las pinturas de tanto norte y tanta puna.
Cuando uno descubre ese tiempo que no es el nuestro, el de la civilización, queda irremediablemente herido y para siempre enamorado, esperando retornar a esa tierra de magia, a ese útero que es también una reminiscencia de paraíso perdido, paraíso fecundo y completo y por siempre vacío de ambición que no tiene nada que ver con nuestra civilizada y correcta banalidad occiental, banalidad prepotente, banalidad colonial, asesina e imperial.